Moquegua

ADULTO MAYOR CONVIERTE LLANTAS EN OJOTAS TODOTERRENO

Las ojotas peruanas son una herencia de nuestros Andes, colmados de personajes que vestían ushutas hechas con suelas de cuero o fibra vegetal, donde se amarraban cordeles de algodón o lana o tiras fabricadas de piel animal.

Pero cuando uno habla de ellas en la actualidad, muchos piensan primero en las ojotas negras, esas elaboradas de llantas recicladas, que fueron inventadas en el siglo XX por su bajo costo y durabilidad.

Aunque la historia de estos llanquis de caucho está salpicada de relatos de discriminación, continúan retando los prejuicios y acompañando la vida de quienes aran la tierra, pastean el ganado o sortean los caminos de la sierra. También de quienes prefieren conservar estos vestigios del antiguo calzado peruano aun cuando ahora vivan en sitios urbanos.

Uno de los fabricantes y promotores de estas ojotas centenarias es don Tomás Cruz Geroma, un puneño de 88 años que nació en el centro poblado de Ichu. Su infancia transcurrió bajo el cielo azul de esta comunidad altiplánica, así como el destino de haberse quedado huérfano a corta edad y contar con un hermano mayor que hizo todo lo posible para criarlo con integridad.

Tomás aún recuerda a Enrique, este hermano-padre que reparaba zapatos y confeccionaba llanquis de neumáticos en desuso. De él heredó el oficio de seccionar llantas y sacar de ellas suelas, plantillas y tiras cuando aún pocos hablaban sobre las bondades de reciclar.

Tenía 17 años de edad cuando empezó a producirlas y a acompañar a su tutor a venderlas en los mercados de Huancané y Juliaca.

Don Tomás recuerda que en esos tiempos hizo trabajos para un cuartel del ejército. Le pedían que pusiera media suela de caucho a decenas de botas para hacerlas más resistentes a las tareas castrenses.

A sus 30 años, decidió partir de Puno con su esposa, su hijo y su niña para iniciar una nueva vida en Moquegua. Allí continuó dejando en alto las enseñanzas de su hermano en la reparación de calzado y la fabricación de ojotas con neumáticos. Pero como siempre tenía que viajar a Ilo para conseguir las llantas que traían los barcos, se afincó en esta tierra rodeada de mar y olor a nuevo hogar.

Su trabajo como maestro zapatero y la oración le dieron en su momento la fortaleza que necesita un ser humano para soportar la pérdida de una esposa a quien se ha amado tanto. Poco a poco, don Tomás clavó su pena en un rincón y siguió haciendo ojotas con orgullo como en los inicios de su profesión.

Ahora, luego de 70 años, sus llanquis son usados sobre todo en bailes costumbristas por escolares y adultos danzantes, pero sabe que los fabricantes de ciudades más grandes siguen teniendo como principales clientes a campesinos que prefieren este calzado, símbolo de trabajo duro y digno.